Creo que ya he comentado alguna vez que mi hijo es terco como una mula muy, muy tenaz y cuando quiere algo pone todos los medios hasta que lo consigue. Mi marido me contó ésto que ocurrió con Víctor en un viaje en taxi estas navidades. Aunque en esa ocasión yo no estaba presente, lo puedo visualizar fácilmente ya que he vivido otras situaciones muy parecidas.
Es sábado, 2 de enero, y Víctor lleva desde el 31 en casa de sus abuelos. Por la tarde sobre las 17:30 pedimos un taxi con la app con mytaxi (hace más de un años que la usamos, es muy cómoda para pedir taxis, si no la has probado tienes 20€ para tu primer viaje usando el código MaricarmenLop2).
El viaje ya empieza con anécdotas. El taxista, de unos 50 y bastantes y con buen criterio, está aparcado con los intermitentes de emergencia parpadeando. Cuando nos hemos subido y he abrochado el cinturón de Víctor, este le dice al taxista:
-“¡Tiiira!” -que es lo que dice cuando quiere que el coche de su madre se mueva. Parece que el taxista no se entera. Mejor.
Le digo al taxista la dirección para que la ponga en el GPS y Víctor la repite palabra a palabra.
Ya en marcha, el viaje va normal, se está haciendo de noche, vamos viendo casas altas, otros coches, se oye de fondo y bajito el GPS, Víctor se pone la bolsa de su Sr. Potato sobre las rodillas, como yo llevo la mía con la ropa y sonríe. Bien.
Vamos por la M30 y acercándonos a la incorporación hacia el Aeropuerto, a velocidad de crucero, Víctor se activa, saliendo de su letargo:
-“¿Qué es eso, papá?” -efectivamente, el conductor había rebuscado un caramelo, y Víctor había reconocido el sonido de una mano rebuscando en una bolsa de plástico y el inconfundible desprender de plástico duro al instante.
-“¿Qué es eso, papá?” -vuelve a preguntar
-“Pues que el conductor habrá cogido un caramelo, igual para la garganta” -digo, añadiendo lo de la garganta porque creo que sé lo que va a pasar.
Y efectivamente, pasa.
-“Papá, quiero un caramelito, ¿puedo pedirle al taxista un caramelito? Quiero pedírselo yo” -lo que me deja ya algo sorprendido porque aunque a Víctor le gusta hacer las cosas él solo, lo de hablar con terceros no es nada habitual.
-“Sí, claro, pregúntale” -digo. Estamos entrando en nuestro barrio.
-“¿Me das un caramelito, por favor?” -pide pues Víctor mirando hacia adelante, con voz clara pero no alta ni exigente: está claro que quiere uno.
No hay contestación, seguimos circulando.
-“¿Me das un caramelito, por favor?” -repite.
-“¿Me das un caramelito, por favor?” -repite otra vez.
-“Le preguntaremos a la mamá si tiene cuando lleguemos a casa, ¿vale?” -digo yo. No estoy incómodo, pero cuando Víctor se pone a algo no calla hasta que lo consigue o consigue una respuesta argumentada igualmente satisfactoria.
-“¿Me das un caramelito, por favor?” -y ya comienza a repetirlo en una cadencia continuada cada 2 segundos, con el mismo todo de voz afable pero firme, e igualmente el taxista, impasible, sigue conduciendo. No las cuento, pero fácilmente lo ha repetido unas 30 o 35 veces.
Van pasando los minutos, le respondo por alusiones a Víctor con todo mi arsenal viendo que no para y que no hay respuesta: “cuando lleguemos a casa miramos”, “le preguntamos a la mamá si tiene”, “igual no te gustan porque son caramelos de regaliz o amargos”, o “igual me he equivocado y no son caramelos”…
Como quien oye llover. Ante lo cual, sin enfadarse Víctor me pregunta:
-“No me oye, papá, ¿le puedo preguntar más alto?” -dice ante la falta de respuesta. Gritar es cosa seria y para eso necesita aprobación, algo totalmente lógico.
-“No, Víctor, mira, ya casi estamos. Cuando lleguemos a casa le pedimos a la mamá”
-“¿Me das un caramelito, por favor?” -como no le convenzo, sigue ahora mirando al frente, no conforme con mi respuesta y el silencio del conductor.
Se acerca el taxi a casa cuando nos topamos con dos semáforos rojos consecutivos, algo habitual en la zona. En esa pausa, el conductor, sin mediar palabra, enciende las luces interiores del coche y mientras espera el verde, echa la mano hacia atrás con un caramelo en la mano. En un tono entre contrariado y exasperado dice:
-“¡Toma uno! ¡Te lo has ganado! ¡Te has portado como un jabato!” -dice, lo del jabato ignoro si por la insistencia o porque realmente durante el viaje ha estado sentado, tranquilo y normal hasta iniciar su particular taladro de preguntas.
-“¡Anda!” -digo yo- “¡Mira que bien! ¿Qué se dice?”
-“¡Gracias!” -dice Víctor. Muy bien. -“Papá, ¿puedo pedirle otro?” -y sin dejarme mediar continúa directamente con el único interlocutor válido: el taxista -“¿Tienes más caramelitos?”
El taxista, que esta ya no se la esperaba, y echando el ojo a la bolsa contesta dubitativo:
-“Bueno, sí, tengo alguno más para otros niños”
-“¿Me das otro, por favor?” -Víctor ya, desatado. Si con uno funciona, con dos también
El semáforo torna a verde y enfilamos hacia casa. La luz interior sigue encendida. El taxista echa mano a la bolsa, removiendo.
Cuando paramos, un minuto después, Víctor tiene su recompensa: el conductor finalmente le da un segundo caramelo
-“¡Has tenido suerte! Toma otro, de fresa”
-“Gracias. ¡Mira papá, tengo otro!” -dice Víctor, contento.
Hemos llegado.
Otro viaje en taxi de los muchos que haré este mes, una nueva e irrepetible anécdota de Víctor, de quien siempre tendremos algo que aprender.
No es que logre todo lo que desea, pero desde luego necesitamos mucho aguante cuando se empeña en conseguir algo.
¿Has vivido alguna situación parecida con tu peque?
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Es sábado, 2 de enero, y Víctor lleva desde el 31 en casa de sus abuelos. Por la tarde sobre las 17:30 pedimos un taxi con la app con mytaxi (hace más de un años que la usamos, es muy cómoda para pedir taxis, si no la has probado tienes 20€ para tu primer viaje usando el código MaricarmenLop2).
El viaje ya empieza con anécdotas. El taxista, de unos 50 y bastantes y con buen criterio, está aparcado con los intermitentes de emergencia parpadeando. Cuando nos hemos subido y he abrochado el cinturón de Víctor, este le dice al taxista:
-“¡Tiiira!” -que es lo que dice cuando quiere que el coche de su madre se mueva. Parece que el taxista no se entera. Mejor.
Le digo al taxista la dirección para que la ponga en el GPS y Víctor la repite palabra a palabra.
Ya en marcha, el viaje va normal, se está haciendo de noche, vamos viendo casas altas, otros coches, se oye de fondo y bajito el GPS, Víctor se pone la bolsa de su Sr. Potato sobre las rodillas, como yo llevo la mía con la ropa y sonríe. Bien.
Vamos por la M30 y acercándonos a la incorporación hacia el Aeropuerto, a velocidad de crucero, Víctor se activa, saliendo de su letargo:
-“¿Qué es eso, papá?” -efectivamente, el conductor había rebuscado un caramelo, y Víctor había reconocido el sonido de una mano rebuscando en una bolsa de plástico y el inconfundible desprender de plástico duro al instante.
-“¿Qué es eso, papá?” -vuelve a preguntar
-“Pues que el conductor habrá cogido un caramelo, igual para la garganta” -digo, añadiendo lo de la garganta porque creo que sé lo que va a pasar.
Y efectivamente, pasa.
-“Papá, quiero un caramelito, ¿puedo pedirle al taxista un caramelito? Quiero pedírselo yo” -lo que me deja ya algo sorprendido porque aunque a Víctor le gusta hacer las cosas él solo, lo de hablar con terceros no es nada habitual.
-“Sí, claro, pregúntale” -digo. Estamos entrando en nuestro barrio.
-“¿Me das un caramelito, por favor?” -pide pues Víctor mirando hacia adelante, con voz clara pero no alta ni exigente: está claro que quiere uno.
No hay contestación, seguimos circulando.
-“¿Me das un caramelito, por favor?” -repite.
-“¿Me das un caramelito, por favor?” -repite otra vez.
-“Le preguntaremos a la mamá si tiene cuando lleguemos a casa, ¿vale?” -digo yo. No estoy incómodo, pero cuando Víctor se pone a algo no calla hasta que lo consigue o consigue una respuesta argumentada igualmente satisfactoria.
-“¿Me das un caramelito, por favor?” -y ya comienza a repetirlo en una cadencia continuada cada 2 segundos, con el mismo todo de voz afable pero firme, e igualmente el taxista, impasible, sigue conduciendo. No las cuento, pero fácilmente lo ha repetido unas 30 o 35 veces.
Van pasando los minutos, le respondo por alusiones a Víctor con todo mi arsenal viendo que no para y que no hay respuesta: “cuando lleguemos a casa miramos”, “le preguntamos a la mamá si tiene”, “igual no te gustan porque son caramelos de regaliz o amargos”, o “igual me he equivocado y no son caramelos”…
Como quien oye llover. Ante lo cual, sin enfadarse Víctor me pregunta:
-“No me oye, papá, ¿le puedo preguntar más alto?” -dice ante la falta de respuesta. Gritar es cosa seria y para eso necesita aprobación, algo totalmente lógico.
-“No, Víctor, mira, ya casi estamos. Cuando lleguemos a casa le pedimos a la mamá”
-“¿Me das un caramelito, por favor?” -como no le convenzo, sigue ahora mirando al frente, no conforme con mi respuesta y el silencio del conductor.
Se acerca el taxi a casa cuando nos topamos con dos semáforos rojos consecutivos, algo habitual en la zona. En esa pausa, el conductor, sin mediar palabra, enciende las luces interiores del coche y mientras espera el verde, echa la mano hacia atrás con un caramelo en la mano. En un tono entre contrariado y exasperado dice:
-“¡Toma uno! ¡Te lo has ganado! ¡Te has portado como un jabato!” -dice, lo del jabato ignoro si por la insistencia o porque realmente durante el viaje ha estado sentado, tranquilo y normal hasta iniciar su particular taladro de preguntas.
-“¡Anda!” -digo yo- “¡Mira que bien! ¿Qué se dice?”
-“¡Gracias!” -dice Víctor. Muy bien. -“Papá, ¿puedo pedirle otro?” -y sin dejarme mediar continúa directamente con el único interlocutor válido: el taxista -“¿Tienes más caramelitos?”
El taxista, que esta ya no se la esperaba, y echando el ojo a la bolsa contesta dubitativo:
-“Bueno, sí, tengo alguno más para otros niños”
-“¿Me das otro, por favor?” -Víctor ya, desatado. Si con uno funciona, con dos también
El semáforo torna a verde y enfilamos hacia casa. La luz interior sigue encendida. El taxista echa mano a la bolsa, removiendo.
Cuando paramos, un minuto después, Víctor tiene su recompensa: el conductor finalmente le da un segundo caramelo
-“¡Has tenido suerte! Toma otro, de fresa”
-“Gracias. ¡Mira papá, tengo otro!” -dice Víctor, contento.
Hemos llegado.
Otro viaje en taxi de los muchos que haré este mes, una nueva e irrepetible anécdota de Víctor, de quien siempre tendremos algo que aprender.
No es que logre todo lo que desea, pero desde luego necesitamos mucho aguante cuando se empeña en conseguir algo.
¿Has vivido alguna situación parecida con tu peque?
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Estos peques son únicos!!!
ResponderEliminarY tienen un peligrooo, jajajaja.
EliminarPero muuuucho peligro
EliminarPuede ser q estemos equivocando valores como la persistencia, el no rendirse ante la adversidad o la búsqueda de los sueños por... una madre q no sabe poner firme a su hijo el cual esta molestando a un conductor (tambien maleducado) y prefiere autoengañarse para asi no llevarle la contraria a su perfecto retoño?
ResponderEliminarDe hecho, como ya he explicado, no iba yo (su madre) en el taxi con Víctor. Iba mi marido, y no es de los que se autoengaña o no quiere llevar la contraria a su retoño. Cada niño es diferente y algunos son más fáciles (o manejables) que otros, te lo aseguro.
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